viernes, 10 de junio de 2011

¿Y si tenían razón los opositores a los planes del proceso Bolonia?

Salvador López Arnal. Rebelión

Se presentó el lunes 6 de junio de 2011, en Madrid, un informe de la Fundación CYD, Fundación “Cooperación y Desarrollo” (¡qué risa tía Felisa!) presidida por Ana Patricia Botín, la ex de Banesto si no ando errado, la hija del principal banquero del país, ese mismo individuo de oscuro curriculum que aprovecha la propuesta de elección de la palabra más hermosa en castellano para hacer publicidad directa de su multinacional financiera, esa misma que cabalga entre escándalos, paraísos fiscales y productos financieros que bordean la ilegalidad cuando no la tocan y superan.

Pues bien, el lobby empresarial español, señala Diego Barcala [1], lo tiene claro: la universidad es una empresa (esa es su mirada y su terminología) y, por tanto, como si fuera un silogismo categórico, hay que apostar por reducir un 30% el número de docentes universitarios para que gane eficacia. ¿Conocimiento, búsqueda de la verdad, humanismo, formación del estudiantado, instrucción pública? Por favor, zarandajas de estúpidos ilusos. Lo que cuenta es lo que cuenta en las cuentas.

Los “problemas” detectados por la Fundación botinesca: el 24% de los profesores de las universidades públicas -Hic Rodhus, hic salta!- no producen resultados evaluables de investigación. Más del 42% de las enseñanzas del sistema universitario español tienen menos de 50 alumnos de nuevo ingreso. La media de profesores por alumnos en España es de 9 por cada 100.

¿Cuál es la apuesta de la fundación CYD? Tomen nota por si han pensado que los críticos al proceso de Bolonia eran unos exagerados y unos comunistas infiltrados: la adoptación total -"total" es total- de los títulos universitarios a la producción económica. ¿No tenían razones e incluso la razón aquellos profesores y profesoras, aquellos estudiantes, aquellos trabajadores universitarios, que pusieron el grito en el cielo y los pies en tierra cuando se habló de la implantación inmediata del proceso Bolonia? ¿Se equivocaron cuando anunciaron la subordinación de la Universidad a los intereses de las grandes corporaciones y del sistema del Capital y el mal? Por si quedaba alguna duda: según el informe de la CYD, si se redujera la oferta docente a lo que debería requerir Bolonia podrían ahorrarse 2.100 millones de euros, un 30% del coste de la “función educativa”. La pela es la pela y la salvaje reconversión universitaria es la crónica de un objetivo anunciado. ¡Lo quieren todo y lo quieren ya!

No se trata de defender la inmovilidad de las reformas en la Universidad. No es eso. Hay muchas cosas que mejorar, nadie defiende ninguna quietud inalterable. Pero es obvio que todas las sendas que abonan este y otros informes similares ponen siempre el acento en el mismo nudo: la universidad debe estar no al servicio de la sociedad sino en función de los intereses de los privilegiados que mandan y dirigen esta sociedad y de la estúpida y suicida cosmovisión que sustentan.

Por lo demás, ¿saben quien estaba sentado a la izquierda de la señora Botín en la presentación del informe? Han acertado: el candidato, el vicepresidente Alfredo Pérez Rubalcaba.

¿He escrito a la izquierda? Es una simple cuestión de perspectiva, nada sustancial. Juntos, revueltos y con las mismas finalidades. ¡Nunca como ahora había sido tan evidente la total subordinación de las élites políticas a los intereses de las clases dominantes españolas y no españolas!

Nota:

[1] Diego Barcala, “El exceso de títulos en el campus cuesta 2.100 millones”. Público, 7 de junio de 2011, p. 28

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=130023

viernes, 9 de mayo de 2008

La reforma neoliberal de la universidad española:los Acuerdos de Bolonia como pretexto


Ante la ausencia de debate público respecto de la reforma de la universidad, tanto en lo que hace a los planes y evaluación de los estudios superiores, como a su relación con las necesidades de la sociedad –necesidades que se pueden definir de muchas maneras y que, sin doblegarse a un único discurso, la universidad debe recoger en su pluralidad– los abajo firmantes exponemos:
Los Acuerdos de Bolonia, seguidos de otras resoluciones en diversas ciudades europeas, se tomaron en 1999. Los países, entre los que se contaba España, convinieron en seis puntos que son propuestas políticas, pero no normas exigibles desde una perspectiva legal. A pesar de este carácter declarativo, “Bolonia” se ha esgrimido y se esgrime en nuestro medio como pretexto para disminuir e incluso anular la función fundamental de la universidad –en todas sus vertientes científicas y humanísticas– que el gran lingüista y filósofo Charles S. Peirce, fundador del pragmatismo, definió como "espacio en el que se expone la condición viva del pensamiento".
Es necesario recordar aquí, de manera sumaria, en qué consisten esos acuerdos, incluso con las modificaciones posteriores a las de 1999: 1) adopción de un sistema comparable de titulaciones; 2) que este sistema esté preferiblemente dividido en dos ciclos; 3) que sea evaluable por un sistema de créditos comunes, llamados por ello europeos; 4) que se promueva la cooperación europea para alcanzar niveles comparables de calidad y metodología; 5) que se promueva la necesaria dimensión europea de los planes de estudios y que esto facilite los niveles de ocupación de los ciudadanos de la Unión; 6) que se promueva también la movilidad de todos los estamentos de la comunidad universitaria.
Con la excusa de "Bolonia", las autoridades universitarias españolas y catalanas comenzaron una transformación en la que ese conjunto de propuestas pensadas para facilitar convalidaciones, disminuir la burocracia y consolidar cierto estado de conciencia europeísta, que a su vez favorezca la entrada de la población universitaria al ámbito laboral, se ha transformado en pretexto para dos tipos de modificaciones. En apariencia ambas son asépticas y se esgrimen como movimiento de modernización, por lo que su sustrato ideológico se suele dar por indiscutible, tanto en el modo de exposición, más asertivo que argumentativo, como en la ausencia casi completa, en sus documentos, de invocación de autoridades y referencias académicas serias.
La primera modificación supone el transporte de las teorías del aprendizaje de la infancia y la adolescencia al mundo de los adultos que asisten a la universidad, como lo prueban los “manuales” que utiliza el Ministerio de Educación y las autoridades universitarias catalanas, plagados de consideraciones y advertencias propias de edades previas a la entrada en la adultez. Ante esta tendencia a la minorización de los estudiantes universitarios, hay que recordar que estos son adultos que votan, conducen coches, pueden ser padres y son responsables plenos, política y penalmente, de sus actos. De repente, a partir de aquella traducción, la vida universitaria –o algunos de sus miembros embarcados en tareas de gestión– ha tendido a admitir un modelo de vigilancia de los estudiantes, que parecen convertirse en tutelados permanentes cuyas disposiciones psicológicas y sociales deben ser vigiladas y orientadas hacia el beneficio del grupo, sea éste lo que sea. No es esa la única tutela que se ejerce sobre la comunidad universitaria, ya que un porcentaje de profesores en precario que, en el caso de las universidades catalanas, alcanza niveles escandalosos, se ve limitado, debido a esa misma precariedad, en su capacidad de pronunciarse abiertamente acerca de cuestiones concernientes a los nuevos sistemas de evaluación y los planes de estudio. Resulta sintomático que se desvíen de manera soterrada recursos enormes a la gestión de la "innovación pedagógica" y en cambio el profesorado no numerario esté sometido a unas condiciones salariales míseras y otras laborales de dudosa legalidad, que los obligan a hacerse cargo de las mismas responsabilidades que los numerarios. La calidad de la docencia –entendida como transmisión seria, compleja y variada del saber– se alcanza así a pesar de las autoridades universitarias, no gracias a ellas.
La segunda modificación tiene que ver con una inquietante reducción de la perspectiva social: nuestras autoridades esgrimen las necesidades de la “sociedad” para celebrar la utilización del léxico de las “habilidades” y “competencias” y proclaman el abandono o relegamiento del exigente mundo de los “contenidos”. Sólo que “sociedad”, en este caso, equivale a “empresa”. A esa grotesca reducción, a la que nos negamos, se debe la fuerte tendencia al abandono de términos como “saber” y “estudio” entre nuestras autoridades universitarias.
De allí que ellas subrayen la "innovación docente" como mera "innovación técnica" de la transmisión.
De hecho, las dos transformaciones encuentran su punto de unión en poderosos instrumentos de control que son preconizados y esgrimidos sin que quepa discusión. Cuando ésta se produce las autoridades o sus portavoces hablan, de manera inquisitorial, de "resistencia solapada", "egoísta", "desconfiada", "menos confesable" y, además, "doble, individual o colectiva, simultáneamente o por separado" (sic): véase el folleto de la Universitat de Barcelona ¿Qué es el Espacio Europeo de Educación Superior? firmado por José Antonio García Suárez.
Por último, cabe señalar que el control se ha unido, en el caso de Catalunya, a la concesión o no a los profesores de los complementos autonómicos, concesión que queda o puede quedar en manos de fundaciones, empresas y servicios en ocasiones privados y no sometidos a evaluaciones universitarias. Hasta febrero 2008 era obligatorio para la renovación de las becas predoctorales de la Generalitat el asistir a un seminario de tres días, organizado por un ente privado, so pena de perder la renovación de las becas. Ahora es sólo altamente recomendado.
El otro instrumento para adecuar la universidad a la empresa es la reforma de los planes de estudio, para la que se esgrimen razones de tipo laboral que, en lugar de asegurar la independencia de las universidades respecto del desarrollo de sus disciplinas y modos de acceso al conocimiento específico, las someten a las exigencias del mercado. En el caso de las ciencias exactas y aplicadas, con la natural complacencia del propio mercado.
En el caso de las disciplinas humanísticas, sin ninguna necesidad perentoria, salvo una curiosa vocación imaginaria de sometimiento a la "empresa" que pasa por rebajamiento innecesario de los contenidos. Innecesario, ya que el mercado suele llegar a las humanidades mediatizado por otros organismos sociales y educativos. En este segundo caso, una de las funciones de la universidad debe estar orientada a preparar a los licenciados de manera solvente y rigurosa hacia la enseñanza y la función pública así como también hacia las actividades propias de la gestión cultural y editorial, pero sin descuidar el ámbito propio del desarrollo, en todos los espacios y disciplinas, de los variados recursos del pensamiento crítico, base y condición de la ciudadanía en la democracia.
Esta variedad de funciones es un punto crucial del que no podemos abdicar en ningún caso: preparar a los licenciados para el trabajo no significa ofrendarlos a la "empresa", sino, al contrario, ofrecerles instrumentos para recibir e incorporar los mejores, más elevados y complejos conocimientos en cada campo específico. Con esos instrumentos podrán resolver, del modo más libre posible, su relación con la sociedad, relación que incluye el derecho inalienable al trabajo.

Por todas estas razones, los abajo firmantes sostenemos que al abandonar el compromiso público de la transmisión específica del saber se roza peligrosamente el fraude. Primero, porque se recorta el derecho de los estudiantes a recibir e incorporar los conocimientos académicamente contrastados en cada una de las disciplinas de que se trate.
Segundo, porque se restringe la libertad de cátedra al disminuir la importancia de los contenidos incorporados por el estudiante –su saber– en aras de una difusa, inaceptable y totalitaria vigilancia sobre su modo de ser.

Firmado: Ignasi Terradas (Facultad de Geografía e Historia, UB), Nora Catelli (Facultad de Filología, UB), Susana Narotzky (Facultad de Geografía e Historia, UB)

Universidad: Bolonia siglo XI – Bolonia siglo XXI. Descanse en paz

Había una vez una institución surgida en la Alta Edad Media de la necesidad de dotar a una sociedad desestructurada de cuadros profesionales capaces de sostener un embrión de administración que soldara, aunque fuera parcialmente, las dispersas piezas del mosaico feudal. El impulso inicial lo dio Carlomagno con su Escuela Palatina de Aquisgrán. Luego, la Iglesia, algunos reyes y grandes señores y, por fin, asociaciones (universitates) de estudiantes, de maestros o de unos y otros regaron la geografía europea de estudios generales o escuelas de artes y de facultades de derecho, medicina y teología, haciendo crecer poco a poco en el seno de una sociedad masivamente rural y teocrática los gérmenes, a duras penas preservados, del saber de los antiguos y enriqueciéndolos con las nuevas ideas que el desarrollo mercantil y urbano propiciaba.
Mucho más tarde, en la estela de la escolarización general impulsada a partir de las revoluciones burguesas del XVIII y el XIX, acabó surgiendo la universidad financiada por los Estados y abierta a un público cada vez más amplio, en sintonía con la creciente necesidad social de profesionales y con el deseo de amplios sectores de la población de adquirir una formación que facilitara su ascenso social.
Pues bien, el mismo sistema que en su fase de expansión inicial necesitaba masas crecientes de titulados superiores parece haber detectado una disfunción en el mantenimiento de esa tendencia. La conciencia de esa disfunción aparece ya en los años sesenta del siglo XX, y la clase dirigente reacciona con una andanada de reformas educativas que, a cambio de la universalización de la enseñanza, rebajan drásticamente su calidad y profundidad a fin de rebajar su coste. Dichas reformas, durante el siglo XX, afectaron fundamentalmente a los niveles primario y secundario del sistema educativo. Con la universidad se actuó con más cautela, por temor a reacciones “sesentayochescas” que pudieran contar con el apoyo de una izquierda anticapitalista todavía relativamente fuerte. Pero la victoria planetaria del mercantilismo a ultranza ha animado por fin al capital y a sus marionetas políticas a lanzar la ofensiva final contra el último reducto de una concepción del saber como derecho humano fundamental. Y lo que la historia dice que alcanzó su forma clásica en la Bolonia de finales del siglo XI, con una renombrada facultad de derecho, parece que va a ver pronto cerrado su ciclo vital como consecuencia de una serie de directrices promulgadas por unos cuantos tecnócratas bien pagados reunidos, para que el escarnio sea completo, en la Bolonia de comienzos del siglo XXI.
Bajo el pretexto formal de lograr la convergencia y armonización de titulaciones en el llamado Espacio Europeo de Educación Superior (nótese el buscado paralelismo con el Espacio Económico Europeo, síntesis de la antigua EFTA y la UE), sucesivos conciliábulos de presuntos “expertos” en educación, bien arropados por representantes de la “sociedad civil” (léase, de la gran empresa), han llegado a la conclusión de que el aumento constante de titulados superiores, en su mayoría ya no procedentes, para más inri, de la élite social, crea una presión insostenible sobre el mercado laboral. En efecto, la disonancia creciente entre títulos obtenidos y empleos ofrecidos genera, por un lado, en los estudiantes una frustración que puede acabar deslegitimando los mecanismos en que descansa la actual división del trabajo; y produce, por otro lado, entre los empresarios una progresiva resistencia a financiar con sus impuestos la formación de cuadros que ya no necesitan. Solución: a falta de poder frenar bruscamente el acceso a la universidad (lo que tampoco se descarta a medio plazo), se devalúan las titulaciones actuales por el sencillo expediente de poner más alto el listón profesional que hasta ahora se situaba en el nivel de la licenciatura: quien quiera acceder a aquellos puestos actualmente al alcance de los licenciados deberá, una vez obtenido un título anodinamente denominado “grado”, cursar un mínimo de otros 60 créditos en un nuevo ciclo de posgrado que dará derecho al título que en América Latina se conoce como “maestría” o “magister” y que en España, sin nadie ya que sepa latín, para sacudirnos el justificado complejo de catetos y demostrar que sabemos inglés, llamamos pomposamente “master”.
Pero eso solo no basta: de entrada, el precio de los créditos de posgrado cuadriplica, por término medio, el de los créditos de grado. Además, los posgrados serán “evaluados” periódicamente por comisiones ajenas a la universidad como tal, evaluación que tendrá en cuenta, entre otros factores, el nivel de matriculación (¡ay de los posgrados minoritarios!), la obtención o no de financiación privada y la “transferencia” de sus resultados a la esfera productiva (es decir, a las empresas).
Todo ello, last but not least, sazonado con indigestas dosis de “innovación docente” (léase: uso profuso de herramientas audiovisuales para todo –incluso para explicar la Metafísica de Aristóteles–, preferiblemente mediante “presentaciones” realizadas con una conocida aplicación de una conocida empresa norteamericana con sede en Seattle y propiedad de un conocido tiburón de la industria informática que se hace llamar cariñosamente Bill). Amén, claro está, de la introducción en la enseñanza universitaria de la insufrible parafernalia metodológica ya impuesta por los talibán de la teoría pedagógica (por lo general, ajenos a su práctica) en los niveles inferiores de la enseñanza. Metodología que consiste, básicamente, en que profesores y alumnos, a base de exhaustivas programaciones, evaluaciones y autoevaluaciones, hayan de dedicar más tiempo y esfuerzo a explicar cómo enseñan y estudian que a enseñar y estudiar.
Sería de agradecer que los intereses que hay detrás de la faramalla tecnocrática de “Bolonia XXI” se manifestaran de una vez sin tapujos y, en lugar de sepultarnos bajo toneladas de papeleo y toneles de verborrea pedagógica, nos dijeran algo tan simple y claro como: “Sobráis más de la mitad, chicos. El capital no os necesita ya. Buscaos la vida en otro lado”. El presidente Sarkozy se acerca bastante a este ideal de sinceridad. Pero aún le sobran para ello unos cuantos informes técnicos. Parece que la hipocresía, además de “tributo que paga el vicio a la virtud”, sigue siendo herramienta necesaria de toda forma de dominio.

Miguel Candel

La autonomía de las universidades

La enseñanza superior está a partir de ahora condenada a sufrir la dominación de las empresas, de sus objetivos a corto plazo y sus exigencias de competitividad, en detrimento de la igualdad entre los ciudadanos estudiantes.
La autonomía es un término que está de moda. Muy cartesiana cuando se refiere al pensamiento, se torna, por desgracia, reaccionaria cuando sirve a la extensión de las leyes de mercado. Y, sin embargo, ése es el uso que hace de ella la ministra de Enseñanza Superior e Investigación, Valérie Pécresse. Al querer organizar la autonomía de las universidades, esta ministra traiciona los principios republicanos de instrucción pública, gratuita y cívica. Se lanza como un tren de alta velocidad a revisar logros sociales y profundamente humanistas. Echa por tierra el principio republicano que hacía que un estudiante pudiera considerarse igual a todos los demás, que su diploma fuera válido en cualquier parte de Francia gracias a un título común y una formación común.
Hay que decir que esta voluntad de reforma de la universidad no es de ayer. Se halla claramente inscrita en las directivas europeas y toma como modelo el sistema de enseñanza superior norteamericano, reñido con la igualdad como pocos, y del que el actual Presidente de la República es uno de los portavoces más convencidos.
En efecto, a partir de su discurso de Marsella del 3 de septiembre de 2006, la voluntad de aprovechar y desarrollar la entrada en vigor de la ley Faure de 1968 empezó a ir a más. Pero, oh desgracia, faltaban los contratos de asociación con les empresas. Lamentando que las universidades no sean «libres de contratar a sus profesores, ni de valorizar a los más meritorios, ni de elegir los métodos pedagógicos, ni de disponer de su patrimonio, ni de diversificar sus fuentes de ingresos», el señor Sarkozy echaba los cimientos de una destrucción de la Enseñanza Superior y, en general, del servicio público. Otras declaraciones descaradas, como la del 24 de marzo de 2007, rendían tributo a la tradición contrarrevolucionaria : «Quiero también la autonomía para las universidades en la admisión de los estudiantes, en la contratación de los profesores, en la búsqueda de financiación, en los programas, en el derecho de establecer acuerdos de colaboración con empresas».
Ocurre, sin embargo, que el señor Sarkozy conserva una cualidad esencial: la de decir la verdad. En efecto, para una mejor «gobernanza», para una amplia autonomía, será a partir de ahora el MEDEF (Mouvement des entreprises de France, organización empresarial) el depositario de las tarjetas de escolaridad. El informe Hetzel sobre la universidad nos aclara el contenido, libre de tapujos: La enseñanza superior y la investigación deben estar al servicio del primero que llega: rentabilidad, misiones a corto plazo, selección de asalariados, profesionalización tutelada con polos empresariales en mutua competencia. En 1997, un socialista de nombre muy alegre no lo habría hecho mejor.
En cuanto al propio término «autonomía» de las universidades, hay que decir, sin embargo, que fue elegido por el consejo de presidentes (rectores) de universidad (CPU) durante un coloquio que tuvo lugar en 2001. Se jugó entonces al pensamiento puro mezclando filosofía con ofimática, derecho con natación, concepto con elaboración del curriculum vitae (CV), instrucción con desocupación. La primavera de 2006, sin embargo, la revuelta estudiantil y sindical contra el Contrat Première Embauche (CPE, contrato de primer empleo) habría podido informar a nuestros gobernantes de la existencia de una demanda contra la precariedad laboral y en el seno mismo de la universidad, dotada de muy bajos presupuestos.
¡Qué importa! El señor Villepin aprovechó los acontecimientos como pretexto para dar definitivamente la autonomía a ese lugar donde se tratará a partir de ahora de mantener raquítico el pensamiento.
En su página 10, el informe Hetzel, que es el núcleo de esta reforma, explica que la masificación de los estudiantes y su temor a la precariedad debe desembocar en una mejor inserción profesional por su parte, en sintonía con las necesidades de los empleadores. Por transparencia, las orientaciones académicas con gran porcentaje de fracaso deben informar a los liceos (institutos de enseñanza secundaria) que no conducen sino al fracaso. En la página 37, el informe propone que los master de investigación se fusionen con los master profesionales mediante tutores venidos directamente del mundo de la empresa, que guiarán a los estudiantes a partir de la obtención de la licenciatura. El MEDEF entra, por consiguiente, en la Universidad… sea cual sea la orientación escogida (p. 41), al tener presencia también en las juntas de gobierno (modificación del artículo L. 712-3 de la ley de educación). La entrevista a los candidatos a un empleo se convierte en un tipo de formación como otro cualquiera, al igual que la redacción de CV. Por otro lado, en la página 59, la comisión Hetzel preconiza un marketing de las universidades gracias a su previa autonomía, que se convierte finalmente en un verdadero activo para practicar estrategias de empleo.
Si la verdad aparece con toda claridad en este informe, así como en las motivaciones del nuevo gobierno, conviene añadir esta otra verdad. La de quienes, por debajo, se inquietan ante un dominio progresivo de los principios capitalistas sobre los fundamentos republicanos. En efecto, ¿podrán seguir llamándose libres esos estudiantes insumisos a los criterios de las empresas, que van a la Universidad para instruirse y fortificar su razón? ¿Tendrán simplemente la opción de rechazar la competencia del conocimiento técnico si cada universidad autónoma instaura el “cada uno a lo suyo”, elimina los planes comunes y discrimina en función de la cartera o de las empresas colaboradoras? En el Colegio de Francia hay ya una cátedra financiada por l’Oréal. Las afinidades electivas del informe Hetzel se han entregado a esa misma generosidad que regala el servicio público al sector privado… y sirve a los intereses de una élite holgazana.

Jérémy Mercier

viernes, 11 de abril de 2008

Multiversidad: Pensar más allá de Bolonia

Hay demasiadas frustraciones que empezamos asumiendo de forma individual y que poco a poco acaban degradando a toda la comunidad humana. Nos está sucediendo ahora con la confirmación de la supuesta inevitabilidad del llamado plan Bolonia y su arrogante forma de acabar con lo que hasta ahora hemos llamado Universidad. Es por esta simple razón que este Blog aspira a ser, conscientes de la ingenuidad del acto, un nodo activo dentro de la necesaria red social que se está conformando en relación al futuro del espacio universitario, para conseguir articular políticamente y a nivel europeo un manifiesto, más allá de Bolonia, propositivo y capaz de reactualizar aquellos valores de la tradición que siguen siendo constituyentes de lo humano.

Porque el proceso de Bolonia no puede esconder la inhumana irracionalidad a la que quiere someternos a todos reduciendo, si no lo impedimos, la enseñanza superior a una escuela de niños para que aprendan a trabajar de mayores. Una condena kafkiana donde el único juez es el mercado, y donde la pena consiste en permanecer eternamente en la minoría de edad, a las órdenes de una ya demasiado sospechosa mano invisible.

Este nuevo siglo que hemos apenas inaugurado está cansado de sufrir la praxis del pensamiento único, y merece una seria reflexión y acción para proponer una universidad que se adapte a las exigencias de nuestro tiempo a la vez que promueva espacios de pensamiento multiverso.

Bolonia y el proceso se nos adelantan, pero están llenos de fisuras. No hay que pensar en la totalidad del poder, ni tan sólo del económico, sino en su fragilidad, en sus limitaciones. La primera Universidad significó también la necesidad de recuperar la tradición, y la mejor forma era hacerlo a través de la experiencia del libro, de la lectura compartida, reflexionada y comentada. Esta relación entre Universidad y libro es la que ha dado estructura al trabajo que se desarrollaba entre los profesores y los alumnos que han accedido a este sistema de estudio e investigación y que ahora parece derrumbarse. Recogemos la tarea de repensar qué ha significado la Universidad hasta ahora para replantearnos qué lugar deberá ocupar esta institución en nuestras futuras vidas.

Toda reflexión que aporte luz a este imprescindible debate sobre la Universidad que queremos nos será de extrema utilidad.